La tejedora de esperanza del Bronx
A finales del 2012 y con tan solo 15 años de vida, Andrea se fue de Usme y llegó al Bronx, a causa de amenazas contra su vida. Una amiga le brindó alojamiento y comenzó a trabajar en las piñaterías de la “Mariposa” para aportar a su estadía y subsistir el día a día que comenzaba ahora a vivir.
Cuenta que luego de dos años, una conocida del lugar le ofreció trabajar en una tienda ubicada en el Bronx, en la que debía atender las mesas, estar pendiente de la rocola y de la puerta por temas de seguridad. Según afirma, esa experiencia en la que también ganaba por cuidar a la gente bien vestida que iba a fumar, le sirvió para forjar carácter entre los ires y venires del antiguo Bronx, del cual se apartó en el 2017 a sus 20 años por inconvenientes en la tienda donde trabajaba por el simple hecho de ser mujer. A eso se le sumó un amor que conoció en aquel lugar y que constantemente le advertía sobre los peligros que podría pasar si seguía allí.
Pese a su última experiencia, Andrea veía el Bronx como sinónimo de hermandad y refugio para los que no tenían voz, fuerza para continuar o aquellos que la misma sociedad despreciaba o ignoraba por haber terminado en la calle y convertirla en su hogar. Incluso, afirma que en su interior existía un jardín infantil en el que algunas vecinas cuidaban a los hijos de hombres y mujeres que buscaban lo del diario para poder alimentar a sus pequeños.
En ese tiempo los allanamientos eran continuos y los cambuches aparecían y desaparecían de la calle de la L, en la cual se comenzó a percibir tensión y peligro por los constantes enfrentamientos. El lugar que la acogió alguna vez se tornó hostil y aún más peligroso del que había huido.
Andrea sabía que debía seguir su camino y validó su bachillerato, incluso entró a la escuela de líderes del IDIPRON para apoyar a otros jóvenes en diferentes ciudades, a través de su experiencia y conocimiento en liderazgo, pero como a muchos, la pandemia le robó la estabilidad que venía atesorando hace unos años y pese a que fue devastadora encontró apoyo en algunos amigos del IDIPRON que le brindaron mercados mensuales.
El 2021 fue el año en el que descubrió Serendipia, un taller para niños y jóvenes para desarrollar proyectos. Andrea se interesó por el de bordados y conoció a Susana Fergusson, persona que la vinculó posteriormente al espacio de la “Esquina Redonda”, un lugar que la reencontraría con un momento trascendental de su vida y que le permitiría adquirir una nueva oportunidad laboral para recomenzar, esta vez como líder y par comunitaria para transformar el Bronx y convertirlo en un gran tejido social de esperanza para nuevos y antiguos habitantes.
Para Andrea el proceso de adaptación ha sido más bien drástico y acelerado, pero muy sustancioso en cuanto a conocimiento y experiencia. Pasar de estar en un sitio de consumo a un espacio de reconciliación y convivencia es como lo afirma ella “sanar, vivir y poner empeño a las cosas”.
A lo que se le suma su gran cariño por la segunda oportunidad que tiene, a través del proyecto Bronx Distrito Creativo.
“Es mi casa, donde puedo ser feliz, transformar, expresar mis emociones tristes y alegres. Por eso aporto y trabajo en este lugar”.